EL REGISTRO
No podía dormirme, oía
como un fragor de manos tanteando
en los cristales, como un advenimiento
furtivo de peligro. Al fondo
de la casa, en los arcones
que nadie registró, crujían
los papeles prohibidos, delataban
su oculta furia al borde
de la noche infantil, entrechocando
con las trémulas sábanas.
¿Todavía
vendrán, irán golpeando
con el fusil los muebles, la ceniza
de las últimas letras desterradas?
¿Vendrán ahora, cuando
va no podemos encender
más que una sola luz
entre tanta invasión de andar a tientas?
Altas banderas, himnos
de victoriosos fraudes, confundían
sus odios con mi miedo, me marcaban
con no sé qué inminencia
de huérfana verdad.
¿Quién llamaba a las puertas, desatando
iras azules contra las reliquias
clandestinas del sueño,
contra el vituperable
delito de ser libre? (María,
Rafael, ¿estáis dormidos?)
Pero ya resonaban las pisadas
cerca del corredor, ya se sentían
llegar entre una fétida
bocanada de vino
fermentado y subrepticia pólvora.
Oh qué voraces grietas de madera
familiar destruida, qué iracundos
papeles borbotando a chorros
desde el brocal de los arcones.
(María, Rafael, que ya es la hora:
ya todo terminó, ya somos tiempo).
José Manuel Caballero Bonald