XXXII
A LA MUERTE DE DON ALFONSO ENRÍQUEZ, ALMIRANTE DE CASTILLA
Ya no los rayos del purpúreo oriente
rompan las sombras de la aurora fría,
taciturno silencio asombre el día,
siendo al llanto aun al mar poca corriente.
Ya el pálido lamento en son doliente
confunda de los orbes la armonía,
vuelva el caos a su indómita porfía,
estremeciendo el frío el polo ardiente.
Del grande Enríquez la inmortal memoria
honoren todos, tristemente haciendo
luto a la paz, obsequias a la guerra.
Siendo el papel diáfano a su historia
volumen poco, y a su diestra siendo
leve el materno peso de la tierra.
Francisco de Trillo y Figueroa