SONETO XXIII
De una nudosa haya carcomida
ya de los siglos por que había pasado,
honor de las montañas y sagrado
de las fieras, a quien era acogida,
una rama rebelde y desabrida
una siesta Daliso había cortado
para sustituir de su cayado
la antigua paz, la anciana fe rompida.
«Ya que el grueso bastón (aunque prolijo)
vido obediente a su maestra mano,
al cielo se volvió, y así impaciente,
»vengarme, dioses, de una ingrata, —dijo—,
pues un tronco a mi ruego es tan humano,
y ella a mi dulce fe tan inclemente».
Francisco de Trillo y Figueroa