SONETO XXII
De roble duro en la tenaz corteza
Daliso el nombre de su Fili había
grabado con su fe, donde crecía
al paso que crecía su firmeza.
De las frondosas ramas la belleza
no a su dulce esperanza respondía,
porque un día engañando en otro día,
el roble continuaba en su aspereza.
Florecieron al fin con tiempo largo
las letras en las ramas, y el amante
presumió ver su largo llanto enjuto.
Cortó una flor, su gusto vido amargo,
y dijo: «¡Oh de mi fe gloria inconstante!
¿qué este es de amor el deseado fruto?»
Francisco de Trillo y Figueroa