SONETO XXXVI
Otra vez, Amarili, el proceloso
invierno ensaña el mar y ciega el día;
otra vez flaca y rota nave mía
el cielo experimenta envidioso.
El se ostenta en tu daño poderoso
y ¿un cielo santo irás tamañas cría?
¡oh, cómo no te basta la osadía!
piloto has menester sabio, y no ocioso.
¿Tememos? No, Amarili, aunque veamos
o embestir el bajel en los más yertos
escollos o sorberlo ya el abismo.
¿Qué temeré, si juntos así estamos?
Que una ola misma nos sepulte muertos,
o salvos nos de al templo un voto mismo.
Francisco de Medrano