INCOHERENCIA DE LO COTIDIANO
Relojes digitales, como lunas heladas,
cámaras fotográficas y de vídeo
con su impecable aspecto de amuletos,
televisores que reflejan
imágenes de enfermos, de atletas, de asesinos
—y ese charco de sangre en primer plano—;
ante ofertas de pilas de larga duración,
ante montones
de carretes de fotos que habrán de eternizar
el viaje a las islas, la mirada de un niño
o el desnudo furtivo de una mujer dormida;
ante el escaparate de los fríos prodigios,
de pronto, por el azar de las analogías,
hay un hombre que ve
la sucesión de su memoria, episodios
de niebla confundidos
en cuerpos y en objetos que recubren
un pasillo sin fin,
al fondo del cristal que le refleja.
Y ve en ese cristal imágenes borrosas
de unos coches que pasan, de una joven que pasa,
la intermitencia de un neón, los diligentes
transeúntes que escapan de la lluvia:
sombra en su propia sombra repetida;
y observa los relojes,
la altiva maquinaria rebajada
en un 20 %, y prosigue su rumbo
mientras otro curioso se detiene a mirar
relojes digitales, y cámaras de vídeo, y el reflejo
de su propia mirada en el cristal,
y pone en hora exacta su reloj,
para seguir después,
cuando la lluvia cesa, su camino,
con zapatos mojados y paraguas,
por una calle comercial cada vez más desierta.
Felipe Benítez Reyes