SUB ROSA
De los viajes se regresa
igual que se regresa de los sueños:
con una sensación de irrealidad
y una astilla de hielo
clavada para siempre en la memoria,
pues algo allí se queda para siempre:
una confusa
ficción en torno al mundo y a la vida,
esas
monedas falsas.
Una torre que brilla en el crepúsculo.
Un museo vacío a mediatarde.
Ascensores de hoteles. Concurridos comercios
que ofrecen al turista la quincalla
que sirve de asidero a la memoria.
La memoria es un náufrago
aferrado a unos símbolos.
Por eso el que regresa trae consigo
un sólido equipaje de extrañeza
que deshará y hará de nuevo el tiempo.
Sobre la mesa de trabajo,
los billetes usados parecen viejos mapas:
el milagro imperfecto de la memoria
sigue rutas confusas.
—Como el guante perdido de un niño en el asfalto.
Nunca existe un lugar
que sea el nuestro, y el recuerdo no llena
el hueco palpitante del pasado:
su extraño corazón late en la nada.
Los trajes arrugados del viajero
son las alas enfermas de un tiempo consumido,
porque de los viajes se regresa
igual que se regresa de los sueños.
Y uno vuelve de un sueño
con un hondo temblor en la mirada:
fugitivas figuras
y calles fugitivas, su contorno irreal; cafeterías
y estaciones con voces que reverberan huecas
en un mundo vacío.
Sobre la mesa de trabajo,
los billetes usados que ya no llevarán a parte alguna:
las ciudades, los sueños, son un guante perdido.
La vida va cerrando sus fronteras
y el equipaje abulta más que nunca,
y en la sala de espera estamos solos.
La configuración de los destinos
es un malentendido laborioso
entre el azar y las quimeras.
Nuestro destino es
volver de cualquier sueño.
Igual que se regresa de un viaje.
Felipe Benítez Reyes