BALADA DEL INSOMNE
La madrugada,
lenta.
En la avenida
apenas queda gente: alguna sombra
que se teme a sí misma y que se asombra
de su propio reflejo.
Cobran vida
los fantasmas confusos que guardamos
en esa liviandad atormentada
que llamamos memoria, siendo nada.
Los árboles, al viento, forman ramos
de nerviosa hojarasca titilante.
Y no sé adónde voy si voy conmigo,
pues siempre anda sin rumbo ese enemigo
que tiene nuestro rostro.
Vuela errante
un pájaro nocturno.
Las farolas
forman constelaciones de oro mágico
y la luz de la luna tiene el trágico
reflejo evanescente de las olas
al romper en la orilla
en el invierno
de helada majestad y de tristeza,
cuando el mundo recobra su pureza
de esfera de cristal de brillo eterno,
de planeta aterido y aterrado.
Un coche fugitivo y una alarma,
y mendigos en busca de su karma
en las bocas del metro.
Algún soldado
guarda el palacio incierto de su rey.
(Y es la hora ya de esos tacones rojos
que huyen perseguidos por los ojos
virtuales de Dios o de la Ley).
La luna es una luz que busca dueño
y un furtivo reloj de esfera oscura.
Cuando el día se abra en su blancura,
los ojos crearán ese otro sueño
que soñaré despierto y que, a lo sumo,
tendrá la realidad que tiene el humo.
Felipe Benítez Reyes