EL TONTO
Algo cantaba en él: —«¡Vamos a los naranjos!»,
porque, dorado y cálido,
se paraba, volviendo la cabeza
como un pequeño girasol, hacia la luz.
Parecía estar siempre asomado a la risa
como a un balcón, tendido sobre el mar.
Y navegaba en ella, era risa tan solo,
flotante corazón de risa y viento.
Si los chicos jugaban, era siempre
el corcel castigado, que todos cabalgaban;
el que contaba veinte, mientras el resto huía
por las viejas callejas como espadas, gritándole.
A veces le dejaban solo, bajo la luna,
y algo cantaba en él: —«¡Vamos a los naranjos!»,
porque, dorado y cálido, volvía la cabeza,
como un gran girasol de cristal y sonrisa.
—«¡Es el tonto!», decían. Y las gentes pasaban
a su lado, dobladas como espigas de arena.
Él solamente oía su voz de dentro: —«¡Vamos
a los naranjos! ¿Dónde...?»—
asomado a su risa.
Victoriano Crémer