VENGO DE MÍ
Humildemente vengo a mis orillas;
regreso ya de mí, apenas ido,
y el silencio me ofrece, agradecido,
todas sus soledades amarillas.
Gastado por el uso y por la pena,
el corazón entrega su latido
a este querer antiguo, malquerido,
que tan gozosamente me condena.
Sencillamente vengo hasta mi muerte
con el dolor profundo de haber sido
sólo una voz que el viento desordena.
Soy el eco confuso de mi suerte:
me llevo a las espaldas, malherido,
y a mí sólo me duele esta cadena.
Victoriano Crémer