EL BRAZO
I
Primero fue desde el tronco la aventura,
el proyecto,
la insinuación lentísima y robusta: el hombro duro.
Un empujón de la materia solo;
dentro, cerrado, poroso, decidido,
un surtidor de hueso puro: el húmero.
En seguida la llave, el giro delicado,
la posibilidad abierta, destinada y útil
al mismo tiempo: el suavísimo codo numerario,
casi infinitamente móvil
frente a la redondez del horizonte.
Luego el enlace más fino, dúo de voluntad así
logrado.
así disparado, .
doble relámpago de hueso
en suspensión sin fin: cúbito, radio,
Y dando en el blanco, deteniéndose, vibrando
en la palma, su prolongada vibración suavísima:
los dedos.
Onda casi invisible que perdura
todavía, estrellada y dispersa, con materia
y origen reconocibles.
Desde el hombro a la uña: una herramienta
del mundo, un prodigio de voluntad
material. Un suceso sin fin.
¡El brazo humano!
II
Pero no. Todo es solo la misma
carne o masa
obedecida, que como una ola pura
cubrió la arena o hueso de ese brazo.
Hasta llegar caliente, viva a la mano extendida
y allí doblar como una onda que muere
salpicando, ya rota entre los dedos.
El brazo así completo nació y puso
su peso mineral sobre la tierra.
Movió el agua, plantó el árbol, quebró el
cerco
de la masa uniforme: el mundo inerte.
Hizo el fuego, tejió el lino imprevisto,
forjó el hierro, fundó la rosa viva.
Izó la rosa viva, el faro vivo.
Rasgó la tierra y derramó los trigos
como un océano verde sobre el mundo.
Se alzó, en su fin la mano, y otra mano
desde el confín llegó, estrechó: cercaban
la redondez entera del planeta.
¡Dos manos estrechadas, con su brazo,
rodeándola,
eran límite vivo de la tierra!
Vicente Aleixandre