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PODRÍAMOS HABERNOS SIDO INFIELES, POR FIN ME DIJO.
Después respiró un poquito, y entonces yo pensé que tras sus ojos
había habido siempre unos curiosos lagos hechos de silencios y de patos.
Lo de patos —que es tan vulgar— no sé bien a demonio de qué me vino,
pero me hizo gracia imaginármelos simpáticos y limpios
mientras iban del agua al cielo, del cielo al agua, otra vez
y viceversa, extraños, muy dulces niños.
Acabado el respiro se acordó del café y lo miró sin ruido.
—Sí, tendríamos que habernos sido quizá infieles,
tú podrías, no sé, haber variado más, haberte divertido;
yo hubiera aprendido a que no importara,
e igual todo habría sido distinto, otra vez dijo.
Esto me recordó una triste canción de radio
que se oía mucho hará unos dos años.
Por lo que respecta a las lágrimas, fingí mejor
desconocer que existían. (Yo nunca llevo pañuelo,
y esto es lo que debe ofrecerse según las películas).
Después todo terminó deprisa, a mí se me hizo de pronto tarde
y me apliqué a representar el papel de otra escena en seguida.
—Los finales no son ciertos, jamás terminan, me había dicho.
Como eso me pareció cierto, tuve miedo o tuve frío.
Me apliqué —ya digo— a urdir otra escena
que no oliera tantísimo a domingo.
Debí contarle en ella alegrías falsas, esperanzas absurdas
e imprecisas, no lo sé bien, cualquier mentira.
“Los finales no son ciertos, jamás terminan”.
Y yo debí de hablarle de libros o de antiguas lluvias
entre bromas de cariño o niño. Porque los finales no son ciertos,
jamás terminan, pero yo no sabía ya cómo decirle
que no recordaba quién me quiso.

autógrafo

Santiago Montobbio


«La poesía es un fondo de agua marina» (2011)

inglés Translation by Alexandra van de Kamp and William Glenn

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