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IMPRECACIÓN

(A Eduardo Talero)

No puedo descender. Siempre en la altura,
desafiando la extensión sombría,
paseo la insolencia de mis ojos
escrutadores de misterios.

                                                Risas
de analfabeta chusma; estruendo airado
de gentes ebrias en vibrante orgía;
juramentos de sórdidos despechos;
tempestades de pálidas envidias;
ola inmensa de fétidas injurias;
coro alegre de irónicas diatribas,
todo sube hasta mí; como el infame
hálito de la bestia apocalíptica,
revelador de las humanas menguas,
denunciador de las bajezas ínfimas,
instigador de los más nobles odios,
provocador de las más santas iras.

Hálito repelente de las hondas
capas de fango en que Satán dormita,
sube hasta mí, cual bofetada enorme
de la noche rebelde contra el día...

Entonces vuelvo el alma hacia lo obscuro;
y, asomándome al antro que transpira,
interrogo a las sombras, que me cuentan
sus voluptuosidades infinitas,
sus ansias descompuestas, sus dolores
de senos maternales que se crispan
dando a luz un relámpago, sus glorias
de fieras e incestuosas Mesalinas,
sus caprichos de histéricas danzantes
sus delirios de turbas anarquistas.

Y me tapo los ojos por no verlas,
pero las sigo oyendo; y por no oírlas,
me tapo los oídos y las veo...
Las veo, sí, por más que las pupilas
con apretados párpados encubro;
pues dentro, al fondo, en la conciencia misma.
Las veo, sí, las veo que pausadas
y en caudalosa procesión desfilan...

Almas desnudas de honradez; ideas
huérfanas de virtud; foscas envidias,
que murmuran al sol que las alumbra;
ansias como serpientes retorcidas;
ambiciones volcánicas; rencores
de superpuestas pequeñeces frívolas;
concupiscentes apetitos; fiebres
de altas sensualidades; avaricias
de ojos calculadores; arrebatos
de sangrientas locuras repentinas;
propósitos de befa; chistes torpes
de mordedura venenosa y fría;
estulticias que niegan el derecho
y fuerzas que el derecho crucifican;
desnudeces estólidas del alma;
conjuraciones de. la carne impía...

¡Oh, qué hórrida visión!... Volcán de fango,
selva de vicios, mar de pesadillas,
cae sobre mi espíritu y me abate;
me hace postrar de hinojos en la lidia;
rogar misericordia; hacerme polvo;
y hundirme en la impotencia de la vida...
¡Cuántos males, buen Dios!

Pero ¡ah! no salga
triunfador tanto mal. No está la lira
fatigada de cantos: da a los aires
nueva protesta de salud. Erguida,
sopla la musa; el corazón se enciende
con los ardores de, la angustia misma;
en la mente, las alas vuelo exigen;
en el éter del alma, impera el día...
¡a cantar!

Es el vate, que, los siglos
de los siglos ahonda con su vista;
y explora, como un buzo, el Océano
de una lágrima.

¡Canta!

Alce la envidia
su escándalo, y azótele la frente,
donde como en el cielo impera el día;
truene la voz de, las tinieblas hondas;
rompa a vplar la carcajada indigna;
hierva el rencor de las humanas menguas;
¡que yo todo lo veo... desde arriba!

1898.

autógrafo

José Santos Chocano


«Selva virgen» (1898)

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