SOL PONIENTE
¡Ven, contempla el paisaje, musa mía!
Desde el atrevimiento de esta cumbre
mira cómo del sol en la agonía
cae sobre él nublada muchedumbre...
Presencia el Sol sus mismos funerales:
caen sobre él, antes que ruede muerto,
las nubes como buitres colosales
sobre un león moribundo en el desierto...
Mira. El león se retuerce en su amargura;
sacude la melena enfurecido;
y arroja miles de astros a la altura,
como arenas a cada resoplido.
Hay almas que agonizan como soles...
Jesús vuelve la vista al que lo hiere,
y el Sol torna las nubes arreboles...
¿Será mi alma tal vez un sol que muere?
¿Morir mi alma? ¡jamás! El estro sube
por cima de la turba posternada:
un rayo arrancaré de cada nube,
y en cada rayo envolveré una espada.
Mi alma quiere luchar; pero hoy no lucha.
Burlador de las olas, me hago el muerto:
¡soy el viajero que tendido escucha
al que viene detrás por el desierto!
Lívido, cabizbajo, cejijunto,
envuelto en mi pendón hecho pedazos,
ante el abismo me detuve un punto
y ante el peligro me crucé de brazos.
¡Siempre he desafiado la inclemencia
del Mal que vibra sobre mí su espada,
con la serenidad de una conciencia
a luchar y a vencer acostumbrada!
Cuando Dios juzgue la constancia mía
y me pregunte al concluir el viaje,
cómo hice la mundana travesía,
le diré: —¡trabajando mi pasaje!
Hoy no quiero luchar, estoy hastiado;
y no es que se haya muerto mi conciencia:
¡vivo, como un dolor petrificado,
absorbido en mi propia indiferencia!
El sol no muere, no; si acaba el día
es por una ficción del firmamento:
una vuelta del mundo es su agonía,
una vuelta después su nacimiento.
El alma grande que en las luchas muere,
para surgir con ímpetu iracundo,
para resucitar, calle y espere,
inmóvil como el sol... ¡que ruede el mundo!
1898.
José Santos Chocano