EL SÉPTIMO DÍA
Dios satisfecho comtempló los mundos:
Eran frutos caídos de su mano,
en el juicio final de los profundos
e impenetrables bosques del Artíano...
Y vio que si en sus cielos extendía
alfombrados magníficos la aurora,
a sus plantas la Luz se retorcía
con el afán de una mujer que implora...
Y vio que si la noche desfilaba
con negro palio en procesión de estrellas,
la Tiniebla gemía y derramaba
llanto de sol o sangre de centellas...
Dios frunció el entrecejo un breve instante;
y como un haz que el labrador arranca,
arrancó y echó al éter fulgurante
copos de espuma de su barba blanca...
—¡Cómo!—gritó con formidable acento—
¿Este es el Universo que he soñado?—
...Y quiso derrumbar con sólo un viento
el castillo de naipes levantado.
Pero súbita idea ardió en su mente;
y, como arado que la tierra escarba,
una mano pasose por la frente,
se sonrió, y acarició su barba...
¡Sea el amor! —gritó—. ¡Llene la historia;
y que todo a su hechizo se transforme,
que todo se haga música de gloria!—
¡Y sonó un trueno como beso enorme!
—¡Sea el amor! —gritó—. Pero que sea
digno de mí; que, a su celeste hechizo,
corran sobre los cauces de la idea
ríos de luz... ¡Y la mujer se hizo!
Vio entonces Dios que, con Satán en guerra,
la mujer rasgó el báratro sombrío,
y sobre la hojarasca de la Tierra
cayó como una gota de rocío.
Cosa igual quiso hacer también el vate.
¡Con su espada flamígera en la mano
lanzose, y a su paso abrió el combate
como abriera Moisés el oceano!
Pero llegado hasta el confín eterno
vio Venir a Beatriz, —alma que hacía
a través de las sombras del infierno
despilfarros de luz de un nuevo día.
Entonces canté amor. Quité los velos
de encima de los génesis profundos;
y abrí mi libro, como Dios sus cielos;
y vi mis versos, como Dios sus mundos...
José Santos Chocano