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VIERNES SANTO

La cruz yace sobre el polvo. Duerme el templo. En los altares
ya los coros abatidos de las vírgenes no cantan.
Secos cirios, arropados en las sombras tutelares,
con nostalgias luminosas, de las sombras se levantan.

En el órgano —ese duro roncador empedernido—
duerme el cántico los sueños de sus rústicos ensalmos;
y se escucha que resuenan en el fondo del oído
los gorjeos de las notas postrimeras de los salmos.

El espíritu escapándose en el verbo que aletea,
va girando por las nubes esperando que se le abra
el gran pórtico dorado del alcázar de la Idea,
donde el pie del Padre Eterno canta gloria a la Palabra.

La neurótica creyente, en fantástica ternura,
murmurando sus cortadas oraciones, se arrodilla;
y en sus labios perfumados con olores de mistura,
todo llora, todo gime, todo tiembla, todo brilla...

A través del casto velo de las gotas de su llanto,
ella observa el lienzo oscuro que hacia un lado se divisa:
Satanás alza los cuernos a los pies del ángel santo,
con la boca dilatada por estúpida sonrisa.

¡Oh qué pánico! ¡oh qué frío va corriendo por las venas!
¡oh qué vértigo de sombras! ¡oh qué golpes de locura!
La neurótica creyente que en su Dios pensaba apenas,
como ha visto al diablo salta y en sus rezos se apresura.

Ella ha visto que un fantasma gira en torno de las luces;
y teñida con los tintes inflamados de la rosa,
atrepella sus palabras, con los dedos hace cruces
y va hundiéndose en las nieblas de la iglesia silenciosa.

Todo calla. La campana de las torres yace muda;
y sus cantos, que ayer mismo fueron gloria, hoy fuesen mengua
taciturna con sus sueños melancólicos de viuda,
bamboléase en las sombras, amarrada de la lengua...

Mas en medio del silencio filosófico y profundo,
se levanta el señor cura; y espaciando la mirada,
con la idea en los abismos, con las plantas en el mundo,
sube a lo alto del Gran Todo, baja al fondo de la Nada.

Mueve ideas, cambia rumbos; mueve frases, cambia giros;
y, a los lóbregos pasando de los tonos más serenos,
va soltando las palabras como lánguidos suspiros,
como besos, como quejas, como gritos, como truenos...

autógrafo

José Santos Chocano


«En la aldea» (1895)

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