EN LA MAZMORRA
IX
Alma sin sol, espíritu sin día,
siénteme henchido de rencor profundo:
la prisión es la cátedra sombría
donde se enseña a despreciar el mundo...
¿Qué me importa la voz de la protesta
zumbando al rededor? ¿Qué el loco empello?
Tórnanse al fin, en prolongada siesta,
el fuego en humo y el dolor en sueño...
Durmiendo así, me muestro indiferente,
glacial, mustio, sin penas, sin enojos;
que aunque de par en par abra la mente,
para no ver mi mal cierro los ojos...
¡Silencio, paz, tranquilidad fingida,
pero en el corazón ánimo fuerte!...
¡Si se espera la muerte, hablar de vida:
si se logra la vida, hablar de muerte!
Ajustada la máscara al reverso,
ni me yergo potente, ni me postro;
me he acostumbrado a hablar corrido y terso,
sin contraer un músculo del rostro.
Haciendo del honor sangrienta zumba,
nuestro menguado César de rapsodia
cree que en la prisión, como en la tumba,
a un palmo bajo tierra, ya no se odia...
Aun de la misma tumba en los horrores
y de la muerte en la perpetua calma,
¡sólo concluirían los rencores
si con el cuerpo se pudriera el alma!
¿Retroceder? Jamás, mientras recuerde
el talón vulnerable y el flechazo...
Nada del odio en mi desdén se pierde:
¡la garra existe aunque no dé el zarpazo!
José Santos Chocano