EPÍSTOLA A DON JUAN
Recibí, gran señor, la fina esquela
En que me invitas a calzar tu espuela
E ir de caza detrás de una gacela.
Loo tus cinegéticos blasones;
Pero, como otras son mis aficiones,
Yo pretiero, señor, cazar leones.
Yo suelo perseguir en mis montañas
No gacelas cual tú, sino alimañas...
Una mujer me tuvo en sus entrañas;
Y de fortuna tal enamorado,
Si una mujer me hiere en el costado,
Yo la sangre le doy que otra me ha dado.
Pláceme galantear a las mujeres;
Pero lejos estoy de ser como eres:
Yo hago una religión de mis placeres.
Afecto le consagro a la que ama,
Como el que debe el pájaro a la rama;
Y creo mucho en Dios y algo en mi dama.
A veces, en mi erótica demencia,
Me exhibo con tu cínica apariencia,
Pero no me deformo la conciencia;
Y hasta en mis aventuras más galantes,
Apenas si me calzo con los guantes
De tus depravaciones elegantes...
Amo a quien digo amor; y me embeleso
En abrir con la llave de mi beso
Un corazón, entrarme... y quedar preso.
Aunque tu egregia falsedad me admira,
No sé endulzar con mieles de mentira
Las notas de mi amor ni de mi lira;
Y si acaso mentí, fue por ayuda,
Pues la mentira que provoca duda
Es el rubor de la verdad desnuda...
Alguna vez, don Juan, mano inexperta
De inquietud virginal llamó a mi puerta:
Yo se la abrí; mas la mantuve abierta.
Alguna vez, don Juan, cierta inocente
Tendió hacia mí su beso dulcemente:
Yo hui del labio y la besé en la frente.
Y, así, fuera, en verdad, injusta gala
Probar a armarme de puñal y escala,
Cuando armado estoy ya de lira y ala.
Cortés, mas vana invitación me has hecho
Jamás contigo iré de cacería,
Porque sé que en el fondo de mi pecho
Me queda algo de niño todavía...
José Santos Chocano