EL RETRATO DE CÉSAR
(A Pablo Patrón)
No eres dios, ni eres hombre. Hay en tu frente
algo de rebeldía. Hay algo triste
que anubarra tu espíritu luciente:
acaso del Olimpo descendiente
y tu alma un fondo de nostalgia siente.
Júpiter se hizo hombre: ¡y tú naciste!...
No hay en tu rostro la expresión que arroba,
sino el enojo de amenaza eterna...
Eres hijo de un dios y de una loba:
¡tuya es la cumbre y tuya es la caverna!
Titánica es tu faz: ¡hay tanto en ella
de Prometeo y de Luzbel!
Tus ojos
son las mitades de una misma estrella,
partida por un rayo, que destella
en medio de una tempestad de enojos.
La ceja es como el arco con que Alcides
aprendió de Quirón el arte un día:
cresta de ola en espumosas lides
y perfil de una cúspide bravía...
Sin que el vello sombree tu semblante,
limpio lo muestras cual marfil pulido:
así un titán que se conserva infante
a través de los lustros que ha vivido.
No cual Hércules barbas, ni melena
cual Sansón, luce tu belleza rara:
tu ceja —arco, ola, cumbre— es la que llena
de viril sombra la desnuda cara...
Así dice tu copia, y es bastante;
porque el alma fulgura en tu semblante.
Despierta sólo, al contemplarte, asombros,
el hallar que en tu cuerpo de gigante
estén sin alas los robustos hombros.
Tal pudo más que tú, Dios solamente;
y tal cuando en las cumbres del Oriente
irradió el Cristo, se espantó tu gloria.
Ella profunda fue, grande fue ella;
por eso que, eclipsándola en la Historia,
Cristo puso su pie sobre tu huella...
Pero no sólo Dios, también el Arte
Pudo vencerte un día. Y tú, que altivo
No supiste ante nada doblegarte,
Tú te doblegas hoy... y estás cautivo;
Por más que vibres cóleras de acero,
Por más que frunzas del ceño el arco,
¡Hoy estás como un triste prisionero
En los estrechos límites de un marco!...
José Santos Chocano