CIUDAD FUNDADA
SANTA FÉ DE BOGOTÁ
Al Dr. D. Eduardo Posada
I
Bajo un enorme casco de rutilante acero,
allá, en la cumbre, súbito, apareció un guerrero
sobre un corcel nervioso...
Jiménez de Quesada
persignó los abismos con la cruz de su espada;
y convirtió los ojos, desde la brava altura,
hacia el lejano río, que, entre una selva obscura,
se retorcía abajo, con el zigzag de un gesto,
como una larga víbora entre un florido cesto...
Por ese río, a modo de procesión flotante,
trajo él su fiera tropa, desde la mar distante.
Y selvas desgreñadas, y trágicos esteros,
y ciénagas falaces, cruzaron los viajeros.
¡Oh Capitán! Los bosques orlaban vuestra frente;
las ciénagas lamían los pies humildemente;
y los esteros, mudos de asombro, al contemplaros,
se abrían a manera de grandes ojos claros...
El Magdalena hacía sus eses como un boa,
doblándose piadoso bajo la audaz canoa;
y el Capitán, gozando de tanta maravilla
que un cuerno de abundancia vació sobre la orilla,
no se curaba nunca ni del caimán membrudo,
ni de la araña infame, ni del mordaz zancudo.
Y, en tanto, en las montañas, que parecían muertas,
jaguar adolorido lanzaba sus alertas;
y una culebra, a veces, al fondo del boscaje,
silbaba como silba la flecha de un salvaje...
Tal fue. Pero la gente, ganosa de la altura,
ve al fin, bajo los Andes, tenderse una llanura
rica de pasto y llena de floreciente abono,
como un tapiz tendido bajo los pies de un trono.
Y al ver que, en ella, un río sereno se destaca,
meciéndose a manera de voluptuosa hamaca,
el husmeador caballo del Capitán remueve
sus largas crines, tiembla con el temblor más leve;
y arroja al aire un fresco relincho de ventura,
que suena por encima de toda la llanura..
II
Hecha con un solo árbol, más farde, una piragua,
trazó por un instante su rúbrica en el agua,
del Magdalena a lo ancho: por la contraria riba
tropel de ondas sonantes llegaba desde arriba.
Y la canoa aquella que desprendió Quesada
fue a detenerse ante otro guerrero, cuya espada
reverberó... Ostentaba traje de fina tela,
sombrero rico en plumas y botas de áurea espuela.
Tal Belalcázar. Viene con su arrogante tropa,
como un desfile asiático envuelto en fausta ropa,
desde el Imperio mismo del Sol, donde Pizarro
fundió en oro macizo las ruedas de su carro.
Él sometió a sus plantas todo el reino de Quito;
y, ensanchando la curva de su anhelo infinito,
se lanzó en viaje luego sobre Cundinamarca:
¡y no exploró más tierras la paloma del Arca!
El conquistó a los Pastos tenaces y aguerridos.
En Popayán rompieron los broncos estampidos
de sus arcabuzazos en un pregón de gloria.
Vio los campos de Cali. Se perpetuó en la Historia
con Timaná fundada sobre ínclito cimiento;
que una ciudad es siempre mejor que un monumento...
Y, al fin, llegó hasta el punto donde le halló la tropa
de Quesada. El brindoles con corazón y copa,
uno y otra de oro; y habloles del imperio
de Atahualpa poblado de atractivo misterio,
de la de Rumañahui reverberante espada
y de una tierra nunca por la ambición soñada...
Y deslumhró los ojos de los Conquistadores
con cántaros de arcilla que simulaban flores,
vajilla regia, mantos de abrigadora lana,
joyas de ricas piedras, trajes de pompa indiana
clavó contra la lona de su tienda una cuña
de plata; y se hizo alfombra con pieles de vicuña.
Uniéronse ya entonces uno y otro guerrero;
y de sus dos espadas brotó una cruz de acero.
Las tropas de uno y otro se hicieron un conjunto,
cual lo hacen los dos ríos en ese mismo punto.
En ese punto, el Cauca se junta al otro río
como un dolor sombrío a otro dolor sombrío;
y fingen ambos luego, por entre las malezas,
una serpiente sola pero con dos cabezas...
III
«Gran noticia he tenido; llega gente española
por los llanos. Se acerca».
De la montaña sola
tal escribe un mensaje capitán desterrado,
con achiote silvestre sobre piel de venado.
¡Era el otro! Faltaba; pero al fin ya venía...
El Tudesco asomose por la selva bravía,
cual si fuese un dios rubio de los bosques paganos;
y entreabriendo las hojas con sus trémulas manos,
sacó a luz sus cabellos fulgurantes y rojos
y el albor de su frente y el añil de sus ojos.
Detrás dél los soldados le formaban tropeles,
envolviendo sus carnes en selváticas pieles,
cadavéricos, tristes, silenciosos, sombríos,
trasijados por hambres y esquilmados por fríos.
¿Desde dónde llegaban? Fedemann era enfermo
de la fiebre del siglo. Ni en el llano más yermo,
ni en la sierra con nieves, ni en el río sin vado,
sintió nunca en el alma despertarse un cuidado.
Y el seguía y seguía y seguía adelante,
quebrantando las zarzas con su pie de gigante,
entreabriendo las olas con su olímpico brazo
y rompiendo las nieves con la fe de un hachazo.
Él pasó por en medio de las tribus salvajes,
cual Moisés por en medio de los bravos oleajes;
y vio a muchos corceles y vio a muchos soldados
por larguísimas flechas contra el suelo clavados.
Una vez vio que un tigre saltó sobre el sendero,
estranguló un caballo, despedazó a un guerrero;
y huyó por las sabanas, entre la yerba sola,
mostrando únicamente la punta de su cola.
Y otra vez vio la muerte de un boa atragantado,
que, después de lograrse devorar un venado,
retenía en la boca la brutal cornamenta,
cual si el símbolo fuese del que todo lo intenta.
IV
Cesó el éxodo.
Entonces decidieron la vida
reposar juntamente, sobre aquella tendida,
verde y fresca llanura Y en un día de gloria
la ciudad fue fundada por los tres . Tal la Historia.
Uno le puso el casco de la sabiduría;
otro la envolvió en sedas de gracia y gallardía;
y el otro, al son alegre de músicas guerreras,
tendiole ante las plantas las pieles de sus fieras.
Ciudad que hace tres siglos que triunfa de la muerte,
tiene las tres virtudes: es sabia, bella y fuerte.
Parece que una Estrella preside tal ventura;
y así es cómo, a lo lejos, confunden su figura,
de las historias viejas en los confines vagos,
los Tres Conquistadores con los Tres Reyes Magos.
José Santos Chocano