BAJANDO LA CUESTA
A Antonio Machado
Cae la tarde. Yo sobre el lomo de mi caballo
suelto las riendas;
y con fatiga
bajo la cuesta.
Y mi caballo va, lentamente,
sobreponiendo sus firmes cascos de piedra en piedra:
una resbala y otra vacila;
pero él retiembla...
y avanza, avanza, siempre hacia abajo,
con el plumero de largas crines desparramado sobre la testa.
Allá, en el fondo,
bulle una aldea:
nocturno albergue
se esconde en ella;
y en el silencio con que la tarde
en el profundo valle bosteza,
una campana, con lento doble, con lento doble,
como el chasquido de dos cristales, límpida suena.
La tarde tiene no sé qué raras
conversaciones con mis tristezas.
Por un misterio, las cosas crecen
dentro de mi alma cuando penetran.
La fantasía mueve mis nervios.
Mi poesía vive de afuera.
Y yo no sufro por mí: yo sufro
por lo que sufre la consternada Naturaleza.
Hago, así, un gesto desapacible,
cual si el recuerdo de un desencanto me acometiera;
porque en la calma de ese silencio,
que sólo turba campana lenta,
oigo, de súbito, en un recodo de la montaña,
brincar la nota desesperante de una carreta.
Entonces, vienen a mis oídos
los cascabeles de las acémilas
y las palabras de los arrieros,
que se prolongan por los recodos como un alerta...
Y mi caballo va, lentamente,
sobreponiendo sus lirmes cascos de piedra en piedra.
La aldea prende todas sus luces;
y ya está cerca.
El cielo prende todos sus astros;
y como nunca lejano queda.
De pronto, suben a mis oídos,
desde la aldea,
ecos alegres
de voces llenas:
gentes que cantan
y que conversan;
y hay un tumulto
de risas frescas,
que son las risas de muchos niños
que por las calles saltan y juegan;
y, por en medio de la sonora
gárrula mezcla,
oigo el ladrido de un perro a veces,
que se desdobla como una larga cinta de seda...
Y, entonces, pienso que, en estas horas, son, como nunca,
triste el camino, mustio el caballo, larga la cuesta.
Y mi caballo va, lentamente,
sobreponiendo sus firmes cascos de piedra en piedra...
José Santos Chocano