LA ENMIENDA DEL ASNO
Es bueno y santo el corregirse; pero
Importa corregirse por entero,
O siquier no olvidarse
De lo más sustancial al enmendarse.
Un jumento algo menos pacienzudo
De lo que al gremio jumentil competa
Se exasperó de oír la cantaleta
De llamarle orejudo;
Y ras con ras cortóselas un día:
Calaverada impía
De esas que exige a un asno una coqueta.
Y héteme aquí que al verse sin orejas
Se engrió a tal punto, se admiró tan lindo
Que esquivaba el tratar con pollinejas,
Sus antiguas parejas,
E iba de fuente en fuente contemplándose,
Quizás predestinado imaginándose
A desbancar al palafrén del Pindo.
«¿Qué me dices ahora?»
Preguntó a un perro mocho. «He derogado
Aquel atroz tocado
Propio, más que de mí, de una señora
De tantas que se ensillan la cabeza;
Y era mi única tacha...»
—«Otra te resta».
El perro le contesta
Con un sí es no es satírico espeluzno.
«¿Cuál?» preguntó. —«Mi amigo,
ese rebuzno,
Altísimo defecto
Que anula de tus gracias el efecto.
Más si ya que saliste de orejudo
Resuelves no chistar, ser siempre mudo,
O cambiar de dialecto,
¿Quién dirá nada entonces?
Serás asno perfecto».
Rafael Pombo