LA PERSEVERANCIA
¡Salve, oh Perseverancia!
Alma del hombre grande, humilde gota
Que a compás lento sin cesar cayendo
Taladra poco a poco
Del imposible el muro diamantino
Ante el ojo burlón de la ignorancia.
En un instante haciendo
De un loco un nuncio de razón divino.
Tú, la virtud de todas las virtudes.
Tú, la hija y el caudillo
De la fe inspiradora,
Fuiste de los Apóstoles la espada;
Y en su labio sencillo,
Rindiendo enfurecidas multitudes.
La palabra de Cristo, inerme, humilde.
Paseaste por el mundo triunfadora.
¿Sin ti, la virtud qué hace?
Propósitos de un día,
Mártires, el valor, el genio, nada.
¡Contigo! ¿Qué ambicioso desvaría?
La humanidad aplaude todavía
A la Perseverancia coronada.
Tú reinaste en Apeles,
Tú en boca de Demóstenes pusiste
De libertad la olímpica tormenta,
Tú, el férreo brazo fuiste
Que en el salvaje tronco moscovita,
Bajo inclemente pabellón de nieblas,
Esculpió, del martillo al golpe rudo.
La Roma de los Césares; a Europa
Dejando absorta al descorrer el velo
Y el coloso imperial mostrar desnudo.
Sabia rival del tiempo,
Obrera misteriosa de natura,
Tú al golpe de la gota
El hondo mar cavaste;
Y arena sobre arena,
La fabulosa Atlántida perdida.
Cual virgen casta y pura
A los profanos hombres escondida.
Del mar de ocaso al blando arrullo, alzaste
Y en brazos de Colón, que grande hiciste,
Más bella que los sueños del poeta,
Y de rubor teñida,
A los brazos del mundo la volviste.
Nueva York: 1857.
Rafael Pombo