I
Tristes anales horadan las costas.
Días torturados en medio de una ebriedad.
Encantamiento que cubre una zozobra.
Me prolongo por veredas sangrantes como dilatado
resto de legión.
II
Tristes anales horadan las costas.
Me entrego a estas arenas donde el brillo rescata.
Aquí soy. Sin pensar.
III
Dones.
Lentos navíos sobre las aguas bruñidas.
Senderos que se esconden en el verdor.
Bungalows, y el acuerdo en la noche que nos
transporta
IV
Verdes ilesos.
¿Sobrevive aquí el hondo designio?
V
En esta playa no me pregunto quién soy ni dudo
ni ando a tientas.
Claras potestades imperan aquí, ahuyentan ráfagas
de aniquilación aúnan, lo roto.
Inician.
VI
Rostros sumergidos reaparecen en la oscuridad del cuarto.
Derrame de ayeres, dádiva inasible, náufragos.
Sin ellos me desprendo de mí.
VII
Lentitud sagrada. Hemos dejado pasar los días desde
un vasto olvido. Nos anegó la indolencia. Entregamos
las armas. El sitio duró poco.
Desheredados, el lugar se adueñó de nuestra historia.
La volvió espera.
VIII
La claridad rodea nuestro letargo. Una calma nos encuentra. Las mareas
tocan a nuestra puerta para despertarnos.
Juntos somos anteriores a nosotros.
Para que nuestros ojos sean claros hay exilios.
IX
¡Cuánto hemos andado!
Nuestros sentidos se enriquecieron con extrañas
donaciones. Allí la tierra nos permitía ser.
Nuestra memoria, antes adueñada, dejó de escoltarnos.
X
Contemplo el desatado verde, la danza del mar frente a nuestra casa, la lluvia que lleva la miseria de la ciudad por pasadizos vegetales. Se aproxima la noche en Point Cumana; aún permanece cierta luz, zumo de ocaso. Lejos resuenan barriles metálicos. Se oye un calipso en el follaje rey. No pienso. Se olvida aquí. Es magnífico.
Rafael Cadenas