LA VIDA
I
Leo en mi libro. Es ya media noche.
El pelo de mía amada
es un chorro de libras esterlinas.
y surge su cabeza de las blancas
coberturas del lecho
como el dibujo de un pintor de hadas.
Me dicen «es un perro», o bien: «te adora».
Hoy nos hemos reído a carcajadas.
Los amigos me envidian
mi casita, mi ocio, la muchacha,
mi juventud y la sonrisa eterna...
mi sonrisa es mi fuerza y es mi máscara.
Ya soy feliz. ¡Y bien! Esto es horrible.
Suspiro por mis noches angustiadas,
por mi vida haraposa de bohemio,
por mis noches sin cama,
por mi cruel desolación de huérfano,
por mi vida de huérfano y de patria.
¿A qué vencí? Por qué librar las rudas,
las tremendas batallas
por la vida y el éxito y el nombre?
Para qué la ascensión de las montañas?
Si esta noche de súbito
a mí viniera una hada
y me dijese:
—Escúchame, poeta;
traigo para tus sienes esta rama
de florido laurel; traigo esta púrpura
para cubrir de púrpura tu espalda;
para tu bolsa un vellocino de oro,
y esta rubia gentil para tu cama—
Al hada bienhechora
le daría las gracias,
y a trueque de eso dones
le pediría:
—Hada
ponme en el brazo, músculos,
y ambición en el alma.
II
Sentado a mi balcón miro las nubes
errantes. Caravanas
de sueños y ambiciones,
por mi cerebro pasan.
Mi querida se acerca, y dulcemente
apóyase en mi espalda.
Su caballera se impregnó en el baño
de un olor de campiña. Me dan ganas de beber le
de beber leche, de domar un potro,
de atravesar un río… Nuestra charla
se inicia con un beso. Ella confía
en mis puños. Hablamos del mañana.
¡Cómo es hermoso el gesto del que lucha!
Y el lauro del que triunfa ¡Cómo ata!
1902.
Rufino Blanco Fombona