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XIV

Góngora vive sólo en sus palabras,
no en aquella mirada velazqueña;
el caldero de oro de los versos
que estampará en tramoya Calderón
es ya por siempre la verdad de Góngora,
es ya por siempre nuestra verdad plena,
es la ensenada de cristal del día,
tan veraz como el trazo de Matisse
o el paso a dos de Apolo musageta:
por el tirabuzón de las elipsis,
por alusión, o fuego de bombardas,
por versos anteriores al sentido
o por encima del sentido, versos
que significan lo que el verso es,
no lo que puede significar, Tántalo
del sonido y sentido: queda en tablas,
porque el poema, en su dominio ardiente,
más que a significar aspira a ser.
Gracias demos a Góngora y a Dante,
gracias demos al verso y su tañido:
en el reloj de arena de los siglos
cada palabra es nuestra redención,
la que nos salva de morir helados,
la crinolina de la Venus negra
que salvó a Baudelaire, la flor de Harar
que detuvo los pasos de Rimbaud:
la carbonilla de un portal de Londres,
Great College Street, risa de las ninfas
en el Tajo de sol de Garcilaso;
así son las palabras cuerda floja
sobre el barranco del significar,
el trapecio del circo de los astros
ante las ardentías del terror.
A menudo, en la noche hospitalaria
que nos empuja y que nos desvanece,
vemos un ave que es sólo de sombra
pero sólo de luz: la cetrería
de los escapularios gongorinos.
A menudo la noche nos descubre
en una plataforma de marfil:
somos figuras de aire marfileño
en el viento del verso que se lanza
a las bucanerías del pasado.
Al explicarse, el verso nos explica;
lo verdadero es siempre inexplicable
y el poema se explica al llamear.

autógrafo

Pere Gimferrer


«Rapsodia» (2011)

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