NUEVO HOGAR DE UNA CONCHA
A doña Emilia Suárez de Reimers
Ahora tú reflejas un mar de paz.
No, tú no lo sabías
que el agua tiene un rostro dulce,
casi de esposa que mira el primer hijo.
Ni sabías tampoco que la sal
no es la ropa interior de la ola,
sino la abeja de amistad de la cocina,
unos granos que alegran el corazón de la patata,
el puré de legumbres
o simplemente sonríen como sienes de lluvia.
No, no lo sabías. Lo has aprendido
aquí, bajo este techo,
que oye tus ronroneos de brillos,
que pone en hora tu silencio de nácar
y besa el pabellón de tus esmaltes.
Ayer vivías con los dientes apretados,
en una roca frente al mar batiente,
anudándote de soledad,
llave echada a tu adentro,
sin importarte el mal vestido musgo.
Ahora te levantas con el día,
y vienes a la mesa,
y das color a los ojos del pan
o te quedas mirando unas manos
que piensan un quehacer de mariposas
mientras se confidencian los rincones.
Así es tu paz de hoy:
el cariño de un dedal en un dedo,
el vaso derramado en un mantel.
O acaso sea tu paz esa lágrima
que nació como la hoja en un árbol,
dándonos lumbre, sal, adiós y mano
desde el dintel de una sonrisa.
Pedro García Cabrera