GRANADILLA
a Álvaro Requena y Juana
Por el sur marcha la novia
a casarse en Granadilla,
en Granadilla de Abona.
Un paisaje medieval
viste por traje de cola.
Con los índices en alto
los cardones, que retoñan
orfelinatos de almenas
y un certamen de pagodas.
La tabaiba, con su leche
de bíblica comadrona,
sin un fruto que criar
en la cárcel de las hojas.
El tabú de las piteras,
ese orzuelo de mazmorra
incubador de medusas
que se hubieran vuelto locas.
Y las tuneras, blasfemias
de un reinado sin aromas;
red de dunas, la barrilla,
y las aulagas, manoplas.
En cámaras de tortura
fue diseñada esta flora
que el potro de los tormentos
acabó por darle forma.
Tan sólo el jubón del balo,
entre tanta espina en contra,
modula un verde sensible
al pájaro y a la rosa.
Calzando espuma de mar,
bajo este traje, la novia
—floreciéndose de vida
en los pechos de las lomas—
sonríe un rostro de calles
donde le caen las ondas
de los nupciales naranjos
que la sellan y coronan.
Si en El Médano es sirena
por la gracia de las olas
en Charco del Pino tiene
excelencias de paloma.
Y si preside el cernícalo
el jadeo de la costa,
el nidal del caserio,
con sus pestañas de sombra,
le da cara de mujer
que a la ventana se asoma.
Naranjos de Granadilla,
islas en alto, lisonjas
del relieve, surtidores
de ras savias que remontan
lunas con buche de almíbar
en un trapecio de frondas.
Que nadie venga a decirme
que no levantan su copa
estos naranjos en flor
con gallardía de boda.
Que nádie pregunte, y vea
cómo su vuelo remozan
las abejas al libar
las mieles de sus corolas.
Que todos miren y aprendan
que en la isla hay una novia
coronada de azahares:
es Granadilla de Abona.
Pedro García Cabrera