GRAN CANARIA
a Felo Monzón
Ya desde aquí en adelante
me seguirás en la marcha,
cresta de la lejanía,
esposa de la distancia.
Sobre los hombros del mar
toda isla es tierra en andas,
una tierra a contrapunto,
una tierra desterrada.
No puedo intuir siquiera
el pinar de Tamadaba,
pero los amigos sí
que los tengo en la mirada,
tanto los que están en pie
como al fondo de Jinámar.
Para saber que te llevo
en el costado clavada
no has de leerme la mano,
ha de bastar mi palabra.
Mas si la quieres leer
verás tan sólo en sus rayas
los caminos de una isla
que se llama Gran Canaria.
Caminos que me conducen,
sombreados de esperanza,
a roques que no se nublan
y a piedras enamoradas
de dialogar con las cimas
de sueños que no se alcanzan.
Sé que no dejas el tiempo
nunca en barbecho; descansas
como mares y trigales,
rizando siempre la espalda;
que jamás se te hace tarde
ni coge el sol en la cama.
Mas yo aprecio sobre todo
tus descartes de baraja,
los rincones que conversan,
el trapecio con pestañas
del faro que da sus vueltas
ágil de luz y de alma,
la intimidad del silencio
en la alberca de las plazas,
las palabras que caminan
la noche, redondeándola
con ternura de tahona
oliendo en la madrugada
y más que nada los brazos
del afecto, que levantan
y visten a los balandros
de la amistad velas blancas,
unos balandros que nunca
cambian el rumbo o naufragan,
esas versiones de amigos
que contra bosques de lanzas
en aceite convirtieron
los bofes de las borrascas.
Es tarde. En mis travesaños
se recogen las palabras.
Es la hora en que la sombra
y la montaña hacen tablas.
Todo se irá y volverá
todo vuela a ser mañana:
el mar, las islas, el viento,
la sed, la angustia y el alba.
Amigos míos, salud.
Buenas noches, Gran Canaria.
Pedro García Cabrera