ALONDRA DEL NIÑO EXTRAVIADO
A Anatael García Cabrera
Que no, papi, que no es cierto
que yo me hubiera extraviado,
aunque tú te lo creyeras
y lo haya dicho la radio.
Con sus pelos y señales
te diré lo que ha pasado:
estuve viendo las ranas
bajo el puente del barranco.
Una había verde noche
y otra de un tono más claro.
Yo pensé que el más oscuro
debía ser el rano.
A punto de cruz bordada
la rana hembra su nado
en el quimono que cubre
el vientre de agua del charco.
Desde el balcón del zarzal
veíala hacer el rano
con unos ojos tan fijos
como las gorras de plato.
Pero yo lo que quería
era mirarlas croando.
Y esperé a que madurase
el crepúsculo su canto
en la garganta amarilla
de un cascabel de topacios.
Yo no sé si sabes, papi,
este secreto dorado:
que cuando la tarde en fuga
pierde sus zarcillos blancos,
si el primer rayo que brilla
es de estrella, canta el rano,
y si quien canta es la rana,
es lucéro el primer astro.
Esta tarde fue un lucero
quien estrenó el cielo raso,
porque la ranita verde
cantó primera que el rano.
Oyéndola, se veía
en el prisma del espacio
que reflejos y sonidos
estaban ruborizados.
Y me quedé bajo el puente,
muy confuso, imaginando
que la rana y el lucero
se daban cita en el charco.
Eso es todo, papi. Siento
el disgusto que te he dado.
Pero aunque tú me castigues,
yo seguiré recordando
que era el rano verde oscuro
y la rana verde claro.
Pedro García Cabrera