EN LA MAR VUELVO A NACERME
Al Dr. José Gerardo Martín Herrera, en Santa Cruz de Tenerife
(Pienso en la habitación a oscuras,
construida en la playa,
con la puerta a la mar).
¿Es esto soledad o paraíso?
La oscuridad me protege de las cosas de afuera.
Cuatro paredes pueden ser un vientre,
un vientre que no cabe en el haz de la tierra
y se acoge al rumor de las aguas.
Si me escucho hacia atrás
me contemplo mirando
con años que no ven,
años sin ojos,
aún sin la presencia de la luz;
ojos que ignoran que son años que han nacido
y se han puesto a morir hacia su nacimiento
recordando una mano que fue descanso y fuente.
Soy un niño en el vientre de su madre
que aún no sabe llorar
ni se babea
ni orina los zapatos.
Sino que se trabaja nutriéndose de horas y silencios.
Porque el silencio también hace crecer,
da fortaleza,
tiene canto y mejillas como un nido.
El rumor de las olas es quien da compañía,
quien mece su canastilla de espumas.
Por la puerta, estas cuatro paredes
darán a luz al alba a todo el mar,
saldré yo mismo a luz.
Atrás queda la tierra,
con su cuerpo de rocas y repechos,
con todo lo que es valle, césped, caricia de mujer.
Estas cuatro paredes no lo verán,
están dentro de todo lo que mire,
son un vientre que nunca rozarán labios ni pechos,
que no conoce orilla ni claridad,
que me tiene sentado en su regazo,
me respira y me palpa.
No sé cómo estas cuatro paredes
pueden tener tanta ternura,
cómo pueden albergar reposo de lecho,
como han podido reciennacerme ahora.
Nada aquí tiene semblante, todo está suspendido
en el cuerpo de este rumor,
en la justicia de esta sombra,
que es igual para la manzana y las maderas,
para las sillas pálidas como monjes
y los claveles de trapo de las cortinas
anegadas en rojo.
Nada aquí encierra frente, sólo tiempo de alcoba,
presencia de piedra que estuviera a punto de latir.
Todo yace posado, como incubando el vuelo
en el corazón de una nube,
en el pecho de una guitarra.
Y todo este silencio
que ha crecido en el musgo de la noche,
este silencio que han pensado los árboles,
este silencio que molturan los niños,
el amor cuando se tuesta en la parrilla de la ausencia,
la boca cuyos besos son brazos que llegan a la luna,
todo este silencio que ha llegado de adentro
—de los sótanos de mí mismo,
de las entrañas de las islas—
y se ha echado en la arena,
es todo cuanto poseo,
mi riqueza en este instante,
mi familia y mi herencia,
mi libertad formando cascada con mi espalda.
Mañana me naceré como un pez de toda esta soledad,
de las cuatro paredes de este vientre.
Será la mar mi madre,
la madre que no muere ni enterraremos nunca.
Con la mano en la mar así lo espero.
Pedro García Cabrera