ALONDRA DE LA NOCHE DE CINE
Jinete en la sombra
de floridos ramos,
la noche del cine
corría a caballo.
Espuelas de niños,
galope engranado,
la luz casi apenas
abría los párpados.
Un dulce hormigueo
sonriendo en alto,
transportaba briznas
de estrellas y astros.
Desde la butaca,
mi pantalón largo
era caballista
de potros alados.
De tanto correr
veloces espacios
me salí por fuera
de mis ojos claros.
Ni sentía el aire
ni muslos ni brazos:
todo se me había,
de golpe, amputado.
Me hallaba tan hondo,
tan mares abajo,
que ni un submarino
me hubiera encontrado.
El cine es el sueño
que todos buscamos,
olvido de ortigas,
frescura de mármol.
Tuvo que pisarme
la chica de al lado
para que de nuevo
nacieran mis labios,
al tiempo que abrían
las luces los párpados.
La noche del cine
se había acabado.
Y hube de meterme,
como un ermitaño,
en los caracoles
de mis ojos claros.
Pedro García Cabrera