ALONDRA DEL JÚBILO
Sosteniendo un horizonte
de alambre sobre sus patas,
el teléfono atraviesa
el campo a grandes zancadas.
Nada importa que el invierno
suelte los bueyes del agua:
él salta sobre los hombros
mugientes de las barrancas.
Ni le importa que a su encuentro
linos de niebla le salgan
escondiendo los caminos
y equivocando distancias.
El aísla en cada paso
un ojo de porcelana
y allí donde pone el ojo
deja clavada una zanca.
Con sus botas de cien leguas
deja siempre rezagadas
las carreteras veloces
que el viento lleva a la espalda.
De lejos le vi cruzar,
apenas naciendo el alba,
adelantando su cuello
de gran insecto de plata.
Pasó silbando de gozo,
más pies que nunca y más alas.
Llevaba un amigo ausente
en un azul telegrama.
Pedro García Cabrera