ALONDRA DE LAS LETRAS CASTIGADAS
A María del Carmen Salido
Una tarde se escaparon
del colegio cinco letras,
las cinco letras vocales,
risas y llantos de seda.
Se pusieron a jugar
en el jardín de la escuela
y jugaron a los novios,
con las flores por parejas.
La «a» le dio el corazón
a un fino croto gris perla.
Se puso la «e» a reñir
con un dondiego cualquiera.
La «o» le ciñó los brazos
a un gladiolo de maceta.
Y la «i» se divertía
con una sola camelia.
Porque asustaba a las flores,
la «u» se quedó soltera.
En esto salió a buscarlas
—ira y puños— la maestra.
Sus labios eran tan rojos
y tan espesas las cejas,
que las flores se quedaron
más pálidas que la cera.
La «i» fue vista y no vista
y, sin poner mano en ella,
de un brinco subiose al agua
del surtidor de la escuela.
Y era, subida en lo alto,
burla de cristal su lengua.
La «o» se escondió en el vientre
de una pera sanjuanera
predestinada a sufrir
dentelladas de merienda.
La «e», ovillada en el suelo,
se hizo la ovejita muerta.
La «u» levantó los brazos
desnudos de la clemencia.
Las florecillas del patio
se quedaron boquiabiertas
al ver cómo castigaban
a sus amigas las letras.
No comprendían ni jota
de lo que allí sucediera:
los claveles eran mudos,
las rosas, analfabetas.
A todas las fue poniendo
de rodillas la maestra,
con los brazos extendidos
y una cesta en la cabeza.
La sonrisa de la «a»
llegaba de oreja a oreja.
Y, guiñando picardías,
la «i» sacaba la lengua,
rayando en el mapamundi
los senos de la maestra.
Pedro García Cabrera