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PRIMERA JORNADA
SITUACIÓN Y ELEMENTOS DE UN PAISAJE EMOCIONAL

Voy ahora camino de mis venas
con la sonrisa al hombro. Me precede
una senda de nardos. bemolados,
eje de rotación de estas planicies
bordadas con un sueño de gacelas
a orillas de un estanque pensativo.
Sus frentes de cristal son como espejos
que idean mis trigales interiores
ondularse en un viso de amapolas,
que miran la manzana del afecto
dividirse en dos cúpulas gemelas
en las sienes de un búcaro de mares.
Desde las altas cimas de los riesgos
contemplo las acequias de mis lavas
divagando coágulos de angustia
entre bosques de estatuas derruidas
por los valles timbrados con el silbo
del largo adiós de una vigilia en marcha.
Si no te presintiera, cuerpo mío,
sostén de mi corona de eminencias,
espacio de estas ráfagas insomnes
ajustadas a un vuelo de iceberes,
pájaro de mi voz, zodiaco abierto
de mi espectro vital, me creería
cráter lunar o pozo abandonado
incubador de larvas de ciclones.
Briznas sobre estas rocas inasibles,
me planean polícromos recuerdos
en sus abstractos laberintos mates,
me fluyen a un estero de nostalgia,
me ciñen a las curvas siderales
de una melancolía sin fronteras.
Y debo descender hombros abajo
pues un compás sin ritmo todavía
me incita con efluvios musicales
a recorrer paisajes que florecen
sinfonías más ávidas que nunca
de hundirse en el regazo
que encierra el corazón de las palabras
si, vírgenes aún, están desnudas.
Sortearé los múltiples picachos
que me escuchan bajar hacia los ecos
de un olvido de arenas que se rizan
contra el rostro de aire de la ausencia.
No detendré mi paso en las veredas
que vienen de mi ayer. Traen las huellas
de los viejos prejuicios incrustados
en un campo a traviesa de ilusiones,
de lirios como lágrimas que fueron
mesones de las altas madrugadas
perdidas en la noche,
de tantos lloviznados calendarios
—rojos de amor y negros de tormenta—
que al ajedrez jugaron con mis horas
en la piel luminosa de los días.
Todas estas imágenes poliédricas
son grifos aspirantes que quisiesen
volverme de aquel tiempo a las espaldas,
retroausentar mi hoy, manumitirme
de estos vilanos de cristales rotos
que escarchan de aluviones puntiagudos
la respirable herida de mi atmósfera.
Más al fondo de mí puede que broten
las galerías de mis nieves hondas
durmiendo boreales ventisqueros
con una voluntad de porcelana.
Acaso alguna boca cristalina
con la fría sonrisa transparente
de la última náyade ahogada
en el verso de égloga de un río.
Tal vez una cautiva cabellera
ya en el azar impresa de un eclipse
o un ánfora de hielos amorosos
con una vaga ensoñación marina
o una llama roída por el fuego
de su cósmica arcilla enajenada:
toda una colección de golondrinas,
dulces espuelas de un raudal de oboes,
que dejó la semblanza de sus pulsos
en el párpado ardiente de mi alero.
Oh días taladrados, oh mejillas
de soledad, tambor de aire vacío
que marca los redobles de los ecos.
Bordearé las cumbres que me piensan
pastor de incertidumbres,
aquí donde los ojos
que espigan las praderas de la lluvia
enhebran de la luz la infancia de oro
—miradas recién hechas en la fuente
que mana de un costado de la aurora,
silabeos de pámpanos,
guedejas— que serán acto y lenguaje
en el nadir de una amistad de trigo.
Debo andar a la altura de mi pecho
pues el timón de nardos que me guía
zigzaguea relámpagos enanos
como un acordeón de mariposas.
Y sigo esta madeja devanándose
que no sé dónde irá,
qué rumbo lleva, qué sorpresa viva
guardará su piñata de horizontes.
La miro por debajo de sí misma,
cuatro grados al sur de aquella tarde
entreabierta en el tallo del encuentro,
pétalos de dos fechas convergentes
en la corola ardiendo de la guerra.
Y la veo doblar recodos de agua,
cabos que me penetran gozo adentro,
puntas de la ilusión donde se amarran
los cables de unas conchas que recuerdan
el rapto de sus íntimos orientes,
oh banda de cristal que condecoras
los mares de mis costas interiores.
Navégame las calmas,
canta tu amanecer sobre las crestas
de los gallos de espuma de mis olas
y tus nardos serán puente de plata
por cuyas pasarelas jubilosas
huirán dentelladas y jaurías
acosadoras de mis ciervos blancos.
Bajo estas ondas mudas se encabritan
vórtices de puñales al acecho,
la neblina de rosas que enmascara
la flecha venatoria del instinto,
las sirtes que se engullen
el equilibrio azul de un alma sola.
Pero yo duermo con la voz despierta,
oh, tú, carlinga mía, que desbordas
el ritmo impar de un cántaro de estelas.
Oh chalupa a mis músculos atada,
submarino y avión de los deseos,
buche de sal y vértigo de escollos
prendidos a la red de mis arterias.
Oh pleamar de velas triangulares,
labio y orilla, múrice y jadeo
de tus profundos frenesíes de algas.
Oh saltos de tritón tornasolado,
lancha donde navega oceanías
el ramo de marfil de mis cuadernas.
Oh espiral y redil de los suspiros,
bitácora de nortes de ternura,
cómo braceas, cómo te levantas
sobre el ancho acueducto de tu frente
balanceando la guirnalda en ruta
hacia la inusitada primavera.
Cómo te encrespas, cómo te defiendes,
líquidos pirineos de esmeralda,
cerrándole a los nardos el camino
de la nítida isla que transcurre
en el aliento de su estar varada:
noche, día o crepúsculo;
raíz, estrella, sed, puño o cilicio;
daga, tigre, huracán o garra viva,
tic-tac de sol o pálida burbuja
del ordenado sueño de la nada.
Y sigues, esquiadora de mis hielos,
ya dulce imán de un polo constelado.
Qué alta seguridad la de tus remos,
cinta velera más que riel alguno,
entre los torbellinos solidarios
que sacuden tu gracia de amazona.
Y avanzando por ti sobre mí mismo
te presiento llegar por mis arcadas
que alabean el mármol de tu escorzo
como un latido tuyo en mis confines.
Y cuán libre te dejan mis lebreles
entretenidos en jugar las letras
de tu nombre de nácar con el mío.
Si mis mares resisten a tu paso
es porque siempre floten tus audaces
rastros del caminar, total presencia
de ti cuando te alcanzas a ti misma
en un desbordamiento de llanura.
Mas escucha el secreto pensamiento
de esta gran cordillera de vaivenes:
«Blanca vela que cruzas mis umbrales
como una vía láctea caída,
sé tú mi corazón
—trino y molusco—
en la concha perfecta de mi pecho.
Me ceñiré a tu cuerpo sin mojarte
la sombra que recluyes en tu nido.
Me haré una gruta en mis adentros de agua
dócil como un espejo al recogerte.
Me tallaré en facetas porque logre
balizar tu blancura las tinieblas.
Si quieres zambullir seré escafandra;
si quieras volar seré gaviota;
si frío de coral, verde manguito;
cristal de roca para tus collares
y abanico de espuma en una playa.
Seré lo que tú quieras que yo sea,
siempre que no me quiebren las mudanzas
mi voluntad de sonreír al viento
aún cuando sal me llore la memoria,
pues soy aquella ola que a Leandro
le sirvió a su cabeza de almohada
cuando las zarzas del amor helaron
su brulote de sangre a la deriva
».
Yo no sé si oirías estas voces
donde la soledad vivaqueaba
a ras de tu carrera en mis andenes.
No sé si detendrías la mirada
por este repertorio de estaciones
con nombre de tus gestos y ademanes.
O si llena de ti proseguirías
como el mensaje de la luz de un astro
transportando las frutas del color.
Rendido de fatigas mercuriales
me tiendo a descansar.
En la mano borrosa de la noche,
por un cauce de nardos bemolados,
un horóscopo riela ambigüedades.
Y un ingrávido elixir me descorre
cortinas y cerrojos.

autógrafo

Pedro García Cabrera


«Viaje al interior de tu voz» (1944-1946)

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