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La noche se tendía en tu llanura.
Y era una inmensa rueda de molino
molturando los granos de mis islas
tostadas en el fuego de un domingo.
Tú tenías un sueño entre las manos
y una paloma blanca en tu designio:
paloma que arrullaba mi recuerdo
y sueño que prestábale su nido.
Te oías mi presencia tan cerquita
como una caracola en los oídos.
Y era el frufrú de tu amistad de seda
pasando y repasando por mis vidrios,
a cuestas con su harina de ternura
y los íntimos odres de sus vinos.
Pedro García Cabrera