PARTIDA DE DOMINÓ
«Pata Perro» y el «Vedija»,
«Choto Triste» y «Malos Pelos»
se están jugando un cigarro
y la ración de pan negro.
El dominó es de cartón.
Los jugadores, hollejos
de esas naranjas que crían
los agrios del desenfreno.
Y van surgiendo las fichas
maniatadas a su gesto.
El tres uno, con su paso
ladeado de cangrejo.
El cinco blanca, un corneta
con cabellera de hielo.
La anemia del blanca uno
y el cinco seis opulento.
La desgracia del dos tres
con su nariz de podenco.
Y la gran noche de lobos
del doble seis agorero.
La partida se abroquela
en alcaloides goyescos
y la trifulca descubre
sus circuitos y magnetos.
Duerme uña morsa nupcial
del doble blanca en el témpano
mientras la ronda el pingüino
del uno cuatro en silencio.
Y comienzan a estallar
los cohetes del denuesto.
Al doble dos, la balanza
que pesa los desaciertos,
le ahorcaron los platillos
en manos de «Pata Perro».
La pelota, en el tejado,
esquiva a los cancerberos
y más que caer, quisiera
ganar la grupa del cielo.
El cinco tres veleidoso
se ha sentido panadero
y diez tantos de una hornada
le ha dorado a «Malos Pelos».
Pero el triunfo es un espino
y quien intente cogerlo
se ha de desollar el pan,
los cigarros y los dedos.
El gato de la prisión
—un ovillo amarillento
devanado en un topacio—
está sin duda intuyendo
que una guerra no se acaba
aunque le afeiten los cuernos.
Pedro García Cabrera