YA TÚ ERES LA GUERRA
Un palio de calmas crujientes azucena tus pensativos campanarios
y obnubila tu trono de volcán al servicio de aluviones amedrentados
y tu desplome de las cotas de un sueño
sobre olorosas maderas de alcázares de amor furtivo.
En tu barranco te goza el sufrimiento de arriates de escorpiones
que se nublan en las madrugadas de un recuerdo de sauces
y se triunfan en un anhelo de inocular veneno a distancia
cuando esboza el deseo su espiral de brazadas florales
manteniendo el statu quo entre el ascua y el granizo,
la lumbre y el hielo
y nuestros bordes de seda y basalto.
A raudales se marchan los trenes de las horas por los rieles del viento
y el insomnio que se desangra por estrellas de mar.
La isla de tu soledad está colmada por las edificaciones de tus plenilunios
y de perillas que abren el armario de tus figuras de cera
que derriten la cercanía de tus ritmos salteados.
A todo trance se desvela la muchedumbre de blancos silencios
que rayan los escalofríos de tu piel
a lomo de estrías de capilares oriflamas.
Y todas las morbideces que se maduran en tu carne desplegada de trigos
no hace avanzar el paso del plomo que se imagina con alas
así como el llanto no se resigna a graduar los ángulos de una desesperanza.
Tu prólogo nevado desmiente tu epílogo de ígneas voracidades
y en cucaña por la voluntad abajo de un tiempo que fluye de ti
se matizan los oros que me recorren los atajos de la sed.
Y seguirán las devanaderas de un suceder de pino batiendo verdes aureolas
que codo contra ramas vigilan
la apendicitis de trincheras de unos campos de combate
que te conocen de verte huir en el uno blanco de mis pupilas,
que han visto pasar la ola de tu indolencia ululante
y estallar su bomba de espumas en los acantilados de mi sombra.
Y mucho más al sur de un bólido desengañado,
cerca del hambre de una llovizna con peineta de madroños,
se refugia en el hoyo de aire de un espejo
el gesto de un sol, un sol de espadas, la espada de un gesto,
que mide el área de un triángulo de temores
con la altura de un proyectil antiaéreo.
Ya ignoro qué verdad
puede remitir el caos de palabras que gesticula el odio.
De hierro, de cemento, de niños evacuados y disparadas hambres,
de todo lo que golpea duramente mi ámbito de rizos y de blondas
está atiborrada la rosa de tu cuerpo,
eclotándome sus corolas de furia en cámaras sensibles
donde labraba las piezas de celuloide de un castillo de paz.
Todo se ha hecho trizas. Hasta tú misma,
que has florecido la guerra de tus propias savias.
Pedro García Cabrera