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Poco a poco me iba suprimiendo
el calor de las manós. Y las venas,
en un lleno de mármoles y agujas,
apagaron los dulces ademanes.
Sólo un resto salvado del naufragio:
dos guijarros de luna
que alargaron mis brazos hasta el suelo
sollozando mudeces, y en espera
de las hurtadas savias que hagan mías
estas manos que ahora desconozco.
Pedro García Cabrera