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No lo saben tus selvas de trapecios.
Ni tus juegos de fuerzas que transportan
un sistema arterial de radiogramas.
Ni tus nortes, tus sures, tus oestes.
Pero la mar y yo bien lo sabemos.
Eras —sí que lo eras— con los mandos
a la deriva, un salinar fundido
que matabas de celos las gaviotas
encabritando ráfagas vivientes.
Pedro García Cabrera