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Ni las geometrías estiradas.
Ni los parques que llueven sus niveles
junto a la voluntad de las escarchas.
Ni las calles sin número ni nombres.
Nada es en ti perenne: sólo un juego
de abecedarios de mortales saltos
con tus arquitecturas oscilantes.
Y al entrar por los ojos de los puentes,
truecas tus fugitivas construcciones
en un agravio de cristales rotos.
Pedro García Cabrera