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Llamaba por sus sienes, y sus sienes,
heridas por campanas y cuchillos,
buscaron un islote a su destierro.
Las últimas guaridas de los bosques,
los lentos corredores, los basaltos,
nadie le dio la huella de un latido.
Sólo después de barajar sus sedas
oyó como unas sienes murmuraban
en la concha de nácar de su frente.
Y era tan sólo el eco de su ausencia.
Pedro García Cabrera