PLAZA DEL POETA JUAN BERNIER
Sería imposible invocarte desde la aflicción,
desde el rincón de mármoles y musgo
donde la umbría tira con mano húmeda
de tu mano de siembra, de tu mano con pulso
de corazón abierto y pródigo.
Porque la muerte era para ti un deseo demasiado pretencioso
alejado en la lluvia de los días distintos,
como distintos son los cuerpos de oro y de hiel que amamos
jóvenes, en tacto, en roce, en consumación.
Tampoco podríamos acompasar las flautas en tu ofrenda
hasta la puerta que vela lo oscuro,
ni dejar esa flor en el umbral que cierran las rasillas,
no eras tú poeta de lo etéreo
sino hombre de sed
y amabas en los dioses a los hombres
con su destino áspero y hermoso.
Vano sería el ayuno, el recitar de una plegaria,
y mis labios están cerrados a la oración,
porque tú eres ya la sombra del dios en su eclipse,
y no quiero ser el escriba sentado en el luto,
Ricardo, Juan,
sino el amanuense textual de los días de sol
cuando la vida era un vino fresco
y la entrega un cintillo de promesas rientes.
Buscando la taberna más recóndita,
el mercenario abrazo furtivo, como entonces,
bajaré hasta tu plaza esta noche sin luna y sin presagios.
Allí donde crece el naranjo y está el banco
en que tú la esperaste.
Pablo García Baena