MANOS DE PIEDRA
... mientras voy contemplando la irisación del aire y pulso con sigilo la levedad,
por mi cuerpo corre una pregunta incierta, y una nube negra y un concierto gris.
¿ ... es que habrán de volver las lágrimas para saber ? me digo. Y un silencio
empieza entonces a recogerme a trozos la salud, el desdoro del tiempo me recoge
y asimismo el calor, y juntos se dedican a curarme y a ponerme otra vez en pie.
... y cual si fuera un dios inarmonioso que se reconociera así
al amanecer,
se me pone a rugir el alma, sus amasijos ruedan, chocan entre sí
y sin freno ni medida marchan rodando por el pecho. Toco
éste y me digo con paciencia
que qué estragos lo habitarán, que qué
ordalías, que qué esperanzas calladas,
que qué pasiones. Y, sin poder evitarlo, pienso
también en el dolor que llegará
a resumirlo todo.
Entonces, un temblor me sacude y, en ese momento, ya no señalo
nada
ni discierno nada porque el aire en lo alto sigue igual: con las llamas
tirando
del cielo para abajo y la eternidad hecha a golpes de espanto y miedo.
Oteo en mi vida y creo descifrar en la sangre una brizna de amor
que, seca y desesperadamente, lucha por mí contra una ira sorda,
contra el golpe helado del corazón.
Orión de Panthoseas