SATURNO DEVORA A SU HIJO
Sus manos encalladas no saben,
no acarician de otra forma que rasgando la entraña,
perforando los intercostales con sus dedos,
haciendo de la carne un despojo.
Tantos años de exposición
indefenso ante los juicios fáciles
de críticos de arte
que opinan por el peso de una cabeza frívola.
Toda la parafernalia
por un momento de inspiración goyesca
de un hombre que respiró como todo hombre respirará.
Nada más, poco más. Quizá fuiste tú.
Los ojos de Saturno tienen miedo.
Luis Miguel Gª de Amézaga