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Hoy, la luz llamaba a la puerta,
amaneció cargada de energía regalada
así que decidí salir a la mañana
olvidado de mi, con rumbo inconcreto,
caminando en busca de algún merecido mendigo
que recogiera mis migajas de vida sobrantes.

El día era derrochador y tranquilo,
era uno de esos días para ver y mirar
fingiendo no ver ni mirar,
observando velozmente y de soslayo
cómo se pasa la vida,
sorteando sombras y miradas,
pequeñas manchas escrutadoras
en busca de cualquier ínfima brizna
de humanidad y calor.

Caminé hoy por el Paseo  Central
de esta regia ciudad, mundana y poderosa,
agitado por la sencilla presencia de unos rayos de luz.
Y caminaba con la energía mágica
de quién hurta sus primeros pasos a la vida,
pero caminaba solo, errante, perdido,
sorteando cuerpos que también me acompañaban,
almas vagabundas oreando sus riquezas al sol
con aires de limosna artificial y forzada,
eludiéndonos todos con la misma naturalidad
con que un pez sortea a otro pez en el océano,
con la destreza de un murciélago
al que su radar de ultrasonidos advierte
de la cercanía de un obstáculo.

Y yo, con aires de sencillez y audacia,
casi de una engañosa precariedad pactada,
intenté acercarme a esa luz
para mitigar mi ceguera temporal,
compensando tu ausencia
con el brillo de un espejo enfermo
que me devolvía reflejos difusos.

Sí, hoy me faltabas aquí,
y esa ceguera de ti, de tu presencia infinita,
servía para darme cuenta de cuánto me llenas,
de que a tu lado todo es liviano,
sobra toda farsa, cualquier aderezo artificial,
eso que hoy me acompañaba caminando.

El Camino lo cumplimos nosotros
por el simple hecho de sentirnos nuestros,
de caminar en el mismo pie,
pensándonos, sintiéndonos, teniéndonos,
hoy, ausentándonos.

Y terminé mi camino de hoy,
y me vi caminando en una procesión de espectros;
entonces, por hipótesis festiva,
te evoqué como una sirena lejana
silbando en largos alaridos de amor,
con la luminosa intención de recordarme
que siempre estarás a mi lado,
incluso en los negros días inexorables
a los que ninguno podemos abstraernos
con voluntariedad e irreverencia.

Sonabas cercana y urgente,
no como estas almas errantes
que hoy me acompañan sin conocerme
postradas ante la parva necesidad
de mostrar sus pecados insolentes.

Tú que eres todo para mi,
caminas llena, real y generosa,
sin fuegos de artificio que no explotan;
nunca te apagarás y, por ese motivo,
una vez cumplida mi caminata,
escribo estas líneas de incoherencia
con la sana intención de que algún día
su lectura nos rescate,
si es que por alguna febril casualidad
nos convertimos en CAMINANTES OSCUROS.

Monterrey, 25 de febrero de 2004

Bernardo Bersabé


Bernardo Bersabé

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