Las cosas hoy dispersas se reúnen
y las que están más próximas se alejan,
penetrando en la soledad del aire,
asediando al silencio.
Un globo infantil perdido en el espacio,
el azul cierto de la noche,
y nuestros cuerpos izados
—lanzados todos—
como un espectro hacia lo alto.
Y en el abismo de su penumbra
—cuanto cielo por ganar al cielo—
no descienden, no retroceden:
se alzan sobrevivientes.
Cuántas veces contemplarán
nuestros ojos la misma escena
con otras tantas emociones.
La noche, al fin y al cabo,
es transparencia deseada
pues paseamos por ella enjoyados
—quizá para no ser reconocidos—
y su nitidez evanescente y voraz
es la luz desnuda que nos cobija.
Hoy flotaba su tierno añil por las aceras.
Madrid, 5 de enero de 2004
Bernardo Bersabé