XI
OBEDIENCIA
Con imperiosa sencillez colgando
—la majestad de la obediencia entera—
sin contorsiones y sin crispamientos,
como el pendón de Dios que a la batalla
nos lleva sobre el humo de la pólvora,
en batallón cerrado. Tu postura
lo es de obediencia pura, libre y noble;
no la del siervo Adán cuando a la tierra
dobló su frente y la regó en trabajo,
su libertad vendiéndole al demonio
de precio vil a trueque. En pie, cual hijo
que responde a su padre, libremente,
como tu cruz arrecho, con los brazos
de par en par abiertos, demostrando
ni arma celar ni engaño de tus pechos
en el cristal desnudo. Tú, obediente
—que es obediencia la Razón—cual súbdito
del Amor, te cobraste, y de las garras
de Satán para el hombre rescataste
la libertad, que es de la ley conciencia,
que al conocerla se la da a sí mismo
quien la conoce. Tu cuerpo desnudo
nuestra ley es de libertad divina.
Tú, la razón que está, y no se mueve;
no te mueves, estás; eres el Verbo
colgando como cuelga un estandarte
por entre cielo y tierra, cual plomada,
sin doble de protesta. Porque has muerto
de pie, como hombre, no acostado en tierra
como una bestia; cual columna erguida.
Te alzas cual la torre en que los hombres Génesis IX.
han de aprender a hablar un solo idioma:
la lengua del espíritu, que canta
la gloria del Señor, y que se viste
con la flor de entender de cada pueblo, Hechos II.
y arrimándosenos, madre, al oído
del corazón, nos besa y habla quedo
en nuestras sendas hablas solariegas.
En Ti, Jesús, se hace uno tu linaje,
y todos comulgamos en tu verbo.
Cocieron tierra para alzar la torre
de Babel los librados del diluvio,
mas Tú el cuerpo endureciste al fuego
del amor, que hace de él vivo diamante.
Y al hacerse tu torre no se oía 1 Reyes VI, 7.
ruido de arte: tallados sus sillares
bajaron desde el cielo sobre Ti.
Miguel de Unamuno