VIII
OREJAS
Ten misericordia de mí y oye mi oración.
Salmo IV, 2.
Vélate la melena las orejas, Salmo XCII, 9.
cual por misterio que trazó tu Padre.
No estriba nuestra fe en lo que nos dice,
mas si en nos oye. ¿Será el Padre sordo
no siendo mudo? Pues los cielos narran Salmo XVIII, 2.
la Gloria del Señor en las alturas,
¿de nuestras bocas no han de oír los ruegos
que suban a ellas? ¿Para qué doliente
plañe en la costa el mar, y canta el pájaro,
si la bóveda azul del sol, oído
de tu Padre, se cierra a nuestras voces
de congoja? Recatas tus orejas
de nazareno bajo el velo virgen,
pero ellas nos escuchan. Son dos rosas
que se abren al rocío del lamento
fugaz de nuestra nada; son dos conchas
marinas que recogen los sollozos
de las olas de lágrimas del piélago
de la noche, que oyen la sed y el hambre
de vivir para siempre. ¡La Palabra,
por sólo serlo, no puede ser sorda,
que vive de ellas, y de ruegos Tú!
Miguel de Unamuno