VII
OJOS
Esperando a tu Padre se velaron
tus dos luceros de mirar, tus ojos
como palomas cándidas, no surge Cantares I, 15.
ya de su hondón aquel aquietamiento,
domeñador de torpes apetitos,
que forzaba a doblar mustia la frente
del que acusaba hipócrita a su prójimo,
del que viendo la paja en ojo ajeno, Lucas VI, 41.
no en el propio la viga, en ti buscaba
—Diablo—, no al Redentor, al Juez. Temblando
cual bermejo rocío en tus pestañas,
perlas de fuego se estremecen líquidas,
y atravesando el cierre de los párpados
contemplas con miradas tenebrosas
el verdor de la tierra, que a sus venas
les dio su jugo como brasa rojo,
y escrudiñan tus ojos los rincones
de nuestro corazón, donde nos clavas Job VI, 4.
de tu corona las espinas. Eran
tus ojos, como el cielo azul, azules,
las luces de tu cuerpo, que sencillos Lucas XI, 34.
y claros te lo hicieron luminoso,
y castos castigaron cuanto vieron;
y sus niñas mas negras que la noche
sin luna y sin estrellas, te brillaban
con el fulgor divino del abismo
de las tinieblas; y ahora el velo blanco
de los caídos párpados, las alas
de esas palomas que volaban siempre
hacia su nido celestial, con sello
de sangre sella tu mirar. Perdonas
sólo mirando. ¡A Pedro le miraste Lucas XXII, 61.
del gallo al canto, y él libró su culpa
al ver tus ojos hartos de perdón!
Miguel de Unamuno